miércoles, 26 de octubre de 2011

¿Somos lo que comemos?



Las advertencias de la ONU por los abusos de la industria alimentaria, una cadena de producción que afecta la comida que nos llevamos a la boca cada día.

     A los amantes del buen vivir, la respuesta al interrogante del título les brinda una idea acerca de los gustos, la sabiduría, la identidad y la herencia culinaria. Para los especialistas en salud se traduce en alerta ante deficiencias o excesos que se expresan, por ejemplo, en el conteo de glóbulos blancos o en el número del colesterol “malo”.  
     La falta o exceso de alimento, y a su vez, la calidad o pobreza en nutrientes de las comidas se observa en una contradicción actual: mientras en el mundo aumentan las cifras de personas que padecen desnutrición y hambre, al mismo tiempo crece la cantidad de personas con sobrepeso y obesidad.
Como expresa un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) los países más pobres son los que enfrentan mayores dificultades porque, además de sufrir un rápido aumento de los factores de riesgo de sobrepeso y la obesidad, sobre todo en el medio urbano, siguen teniendo el problema de las enfermedades infecciosas y la subnutrición.
      En vista a la Cumbre de Enfermedades No Transmisibles (ENT), un experto en derechos humanos de la Organización para las Naciones Unidas (ONU) pidió a los gobiernos que graven los alimentos poco saludables y que regulen las prácticas nocivas de mercado. Se consideran enfermedades no transmisibles (ENT) al cáncer, la diabetes, las enfermedades cardíacas, los accidentes cerebrovasculares y  las enfermedades pulmonares crónicas, las cuales son influenciadas por factores modificables como el consumo de tabaco o el sobrepeso.
    Olivier De Schutter se refirió a la necesidad de intervenir en las políticas agrícolas que hacen que algunos alimentos sean más accesibles que otros, por ejemplo, con la concesión de subvenciones que fomenten la producción de granos ricos en hidratos de carbono, pero pobres en micronutrientes, en detrimento del cultivo de frutas y verduras.
     Además, señaló que la globalización de la cadena de suministro de alimentos significa hoy una mayor oferta de comida chatarra, baja en nutrientes, con productos elaborados con grasas trans que aseguran una larga vida útil y son “especialmente atractivas para los consumidores pobres, porque son baratas” lo cual afecta desproporcionadamente a las personas con ingresos más bajos y al sistema de salud.
     Es que según este experto, las dietas no saludables son una de las razones por las cuales los gastos de salud pública aumentaron en un 50 por ciento en los últimos 10 años en los países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), grupo de 34 países, la mayoría de Europa, más Estados Unidos, México, Corea y Turquía, entre otros.
     El tema se investiga y denuncia desde hace algunos años. Luis de Sebastián, en Un planeta de gordos y hambrientos (Ariel, 2009) explica que el sistema global de alimentación “aun siendo eficiente y poderoso, produce hambre, o por lo menos deja a cientos de millones de personas sin alimentos, y por el otro genera obesidad, al fabricar, promocionar y vender alimentos y bebidas con exceso de calorías, grasas, azúcares y otros productos naturales o fabricados que afectan el peso de las personas”.
    Según De Sebastián, las comidas más saludables son las que forman parte de programas de difusión de los gobiernos para paliar la obesidad, sin embargo no son las más accesibles, aún cuando sean más fáciles de producir que las industrializadas llenas de grasa que inundan el mercado. “Todo el mundo está de acuerdo en que comer más frutas y vegetales es una buena idea en la batalla contra la obesidad, pero no se hace lo suficiente para que sea fácil seguir el consejo. Para empezar, los gobiernos no apoyan lo suficiente la producción de frutas y verduras”.
        Para ejemplificarlo, el autor toma el caso de Estados Unidos y Europa, cuyos gobiernos subvencionan el cultivo de los vegetales que luego ingresarán en la fabricación industrial de alimentos, pero no “suficientemente” la producción y distribución de productos naturales como frutas y verduras. Tampoco, dice, la industria alimentaria gasta publicidad en esos productos porque los márgenes de ganancia son pequeños y los productores y otros eslabones de la cadena del sector están fragmentados y compiten entre ellos.
      Raj Patel, autor del libro Obesos y famélicos (Marea Editorial, 2008), dice que en “su obsesión por los beneficios, las grandes corporaciones que nos venden comida delimitan y constriñen nuestra forma de comer y nuestra manera de pensar sobre la comida”.
    ¿Somos lo que comemos? Evidentemente comemos lo que podemos. Además de que en muchas ocasiones pueda ser un placer, también la elección del alimento influye en la salud. Pensar en qué es lo que nutre, de dónde viene el producto, cómo se obtiene, por qué es más o menos accesible, a dónde va el dinero que pagamos por él, ofrece una manera de entender el funcionamiento económico del mundo que se traduce tanto en la milanesa de cada día como en el producto de la huerta orgánica que busca el chef para sus creaciones gourmet.
 

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