Las advertencias de la ONU por los abusos de la industria alimentaria,
una cadena de producción que afecta la comida que nos llevamos a la boca cada
día.
A los amantes
del buen vivir, la respuesta al interrogante del título les brinda una idea acerca
de los gustos, la sabiduría, la identidad y la herencia culinaria. Para los especialistas
en salud se traduce en alerta ante deficiencias o excesos que se expresan, por
ejemplo, en el conteo de glóbulos blancos o en el número del colesterol “malo”.
La falta o
exceso de alimento, y a su vez, la calidad o pobreza en nutrientes de las
comidas se observa en una contradicción actual: mientras en el mundo aumentan
las cifras de personas que padecen desnutrición y hambre, al mismo tiempo crece
la cantidad de personas con sobrepeso y obesidad.
Como expresa un informe de la Organización
Mundial de la Salud (OMS) los países más pobres son los que enfrentan mayores
dificultades porque, además de sufrir un rápido aumento de los factores de riesgo
de sobrepeso y la obesidad, sobre todo en el medio urbano, siguen teniendo el
problema de las enfermedades infecciosas y la subnutrición.
En vista a la
Cumbre de Enfermedades No Transmisibles (ENT), un experto en derechos humanos
de la Organización para las Naciones Unidas (ONU) pidió a los gobiernos que
graven los alimentos poco saludables y que regulen las prácticas nocivas de
mercado. Se consideran enfermedades no transmisibles (ENT) al cáncer, la
diabetes, las enfermedades cardíacas, los accidentes cerebrovasculares y las enfermedades pulmonares crónicas,
las cuales son influenciadas por factores modificables como el consumo de tabaco
o el sobrepeso.
Olivier De
Schutter se refirió a la necesidad de intervenir en las políticas agrícolas que
hacen que algunos alimentos sean más accesibles que otros, por ejemplo, con la
concesión de subvenciones que fomenten la producción de granos ricos en
hidratos de carbono, pero pobres en micronutrientes, en detrimento del cultivo
de frutas y verduras.
Además, señaló que la globalización de
la cadena de suministro de alimentos significa hoy una mayor oferta de comida
chatarra, baja en nutrientes, con productos elaborados con grasas trans que
aseguran una larga vida útil y son “especialmente atractivas para los consumidores
pobres, porque son baratas” lo cual afecta desproporcionadamente a las personas
con ingresos más bajos y al sistema de salud.
Es que según
este experto, las dietas no saludables son una de las razones por las cuales
los gastos de salud pública aumentaron en un 50 por ciento en los últimos 10
años en los países miembros de la Organización para la Cooperación y el
Desarrollo Económicos (OCDE), grupo de 34 países, la mayoría de Europa, más
Estados Unidos, México, Corea y Turquía, entre otros.
El tema se investiga y denuncia desde hace algunos
años. Luis de Sebastián, en Un planeta de gordos y hambrientos (Ariel, 2009) explica
que el sistema global de alimentación “aun siendo eficiente y poderoso, produce
hambre, o por lo menos deja a cientos de millones de personas sin alimentos, y
por el otro genera obesidad, al fabricar, promocionar y vender alimentos y
bebidas con exceso de calorías, grasas, azúcares y otros productos naturales o
fabricados que afectan el peso de las personas”.
Según De Sebastián, las comidas más
saludables son las que forman parte de programas de difusión de los gobiernos
para paliar la obesidad, sin embargo no son las más accesibles, aún cuando sean
más fáciles de producir que las industrializadas llenas de grasa que inundan el
mercado. “Todo el
mundo está de acuerdo en que comer más frutas y vegetales es una buena idea en
la batalla contra la obesidad, pero no se hace lo suficiente para que sea fácil
seguir el consejo. Para empezar, los gobiernos no apoyan lo suficiente la producción
de frutas y verduras”.
Para ejemplificarlo, el autor toma el caso de
Estados Unidos y Europa, cuyos gobiernos subvencionan el cultivo de los
vegetales que luego ingresarán en la fabricación industrial de alimentos, pero
no “suficientemente” la producción y distribución de productos naturales como
frutas y verduras. Tampoco, dice, la industria alimentaria gasta publicidad en
esos productos porque los márgenes de ganancia son pequeños y los productores y
otros eslabones de la cadena del sector están fragmentados y compiten entre
ellos.
Raj Patel, autor del
libro Obesos y famélicos (Marea Editorial, 2008), dice que en “su
obsesión por los beneficios, las grandes corporaciones que nos venden comida
delimitan y constriñen nuestra forma de comer y nuestra manera de pensar sobre
la comida”.
¿Somos
lo que comemos? Evidentemente comemos lo que podemos. Además de que en muchas
ocasiones pueda ser un placer, también la elección del alimento influye en la
salud. Pensar en qué es lo que nutre, de dónde viene el producto, cómo se obtiene,
por qué es más o menos accesible, a dónde va el dinero que pagamos por él, ofrece
una manera de entender el funcionamiento económico del mundo que se traduce
tanto en la milanesa de cada día como en el producto de la huerta orgánica que
busca el chef para sus creaciones gourmet.
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